De fuerte impronta, con la mirada quieta, penetrante y los versos a flor de piel, Alfredo Félix Alcón Riesco hace suyo cada escenario, dejando una huella para siempre.
En la vida de Alfredo la actuación apareció como un juego inocente que luchaba por salir y expresarse, “de pequeño tenía una curiosa costumbre, no sé de donde surgió, a la siesta, cuando en mi casa dormían, subía a la azotea, y me disfrazaba de algo con alguna cortina que hubiera para lavar, hacía juegos, pero lo curioso es que no me gustaba que nadie me viera”, de esa forma la vocación dio sus primeros pasos y aquello que para este niño era un juego, parecido a una representación, pasó a ser teatro.
Desde su expresión las palabras devenidas de Alfredo van cobrando un sutil encanto que envuelve el diálogo en versos e historias relatadas de modo natural e ilustrado.
“Es un misterio el origen de una vocación, creo que las cosas fundamentales de la vida, las que realmente modifican y nutren la vida de una persona, son misteriosas. Encontrar la respuesta al porqué amar a una mujer y no a otra, si aquella es más linda, más buena… podes explicar tonterías, pero las cosas esenciales son un misterio”.
Sin dudas el papel más interesante en la vida de este actor es el amor. Este es el motor que impulsa a concretar los objetivos, “es un hecho fundamental trascenderse a así mismo, querer necesitar a alguien es una experiencia que te hace crecer y al mismo tiempo te da mucho miedo, como todas las experiencias trascendentales, creo que el que no ha amado, y el que no ha necesitado a alguien es alguien que ha vivido poco o mal”.
Amar es para Alfredo su condición existencial ya que se reconoce como un eterno enamorado, sin embargo el trabajo no se encuadra en este aspecto, ya que para él, éste representa una necesidad de contar cuentos que de alguna manera le permiten intuir los diferentes misterios de las cosas y compartirlo con los demás.
De todos modos el actor admira con orgullo la capacidad de pasión que representa la vida, “no puedo expresar lo que significa estar vivo con una simple palabra, debería utilizar una interjección para ello, es como ¡guau!”, sostiene.
Teatro, cine y televisión
Para Alfredo actuar es contar cuentos y la diferencia entre los formatos, visuales o teatrales radica principalmente en el público “cuando ves una película estas viendo una foto, y vos como espectador no la podes modificar, en el teatro un movimiento mental, puede mejorar o estropear una función, porque la función de teatro se hace entre los dos entre los que están abajo y los que están arriba”. El artista sostiene que ambos tienen la misma cuota de creatividad, lo que ocurre en el escenario y el público, entre el pensamiento del poeta, del gran autor y del público.
“Lo malo del teatro, del cine, de la vida, es el día en que te levantas y estás exactamente igual. Yo creo que las grandes obras, escuchar el pensamiento de un gran autor, le dan verdadera alegría a la gente, y por eso me gustan tanto, mas allá de que existan otras tantas que bombardeen y logren estupidizar a un público”.
Al mismo tiempo el actor afirma que no existen obras para distintos públicos o sectores sociales, considerar esto es caer en el fascismo, donde se piensa en que el pueblo debe entretenerse con trivialidades, y sólo una minoría exquisita puede acceder económicamente a los grandes obras, “creo que popular es Mercedes Sosa, es Troilo, es Pugliesse, Fito Páez y lo otro es querer rebajar al pueblo a populacho a masa, a masa que no piensa”.
El señor de los clásicos
En su lucha por elevar el sentido común, Alfredo Alcón trae a la luz que las grandes obras se caracterizan por ser populares, “cuando Lorca hacía teatro con sus compañeros de universidad en España iba por los pueblos, llegaba a lugares donde la gente no sabía leer ni escribir, donde jamás habían ido al teatro, no le llevaban esas grandes obras que se autotitulan para la familia, como si la familia estuviese constituida por idiotas, sino que le llevaba los grandes textos del siglo de oro español. Ese es el lenguaje que al pueblo se le ha sido arrebatado, se ha tratado que el pueblo no piense, y esto se encuadra en el fascismo que puja por dividir a pobres desgraciados que tienen que comer y alimentar el cuerpo y alma con basura, y están los otros que comen bien y ven cosas trascendentes”.
Sin lugar a dudas estas palabras ilustran un pensamiento que figura la realidad que nos circunda, y a través de los años fue cobrando mayor protagonismo y representación.
“Con las obras clásicas la gente se ríe mucho, tras la matanza del rey Banka, una de las escenas más terribles del teatro de Shakespeare, lo primero que sigue es el monólogo del portero del palacio que dice que tomó tanta cerveza que no para de hacer pis y aconseja que si uno tiene ganas de hacer el amor no tome mucho alcohol porque te dan ganas, pero después no podes hacerlo. Entonces que nos pasa, vamos a ver una obra clásica y no nos reímos porque nos da miedo, y no estamos acostumbrados, tememos meter la pata. Cuando vienen los jovencitos, que no poseen las limitaciones culturales de un adulto, si lo hacen, se ríen a carcajadas, y esa fue la intención del autor”; esta es la picardía y la espontaneidad en la cual Alcón insiste para con las obras clásicas, a la cual los más grandes no se animan a responder, o con la experiencia adquirida con los años han olvidado, “espontáneo es un niño que dibuja libremente, después se encargan las escuelas de hacerlo dibujar como se debe y no como el quiere, pero hay una frescura algo de espectador y de ingenuidad que uno va perdiendo, con el tiempo, ya sea por desinformación o por exceso de información, el tiempo en vez de ayudarte a estar más vivo te ayuda a ser más formal en el peor sentido de la palabra”.
Argentina, su lugar
Es sabido que Alfredo Alcón, ha trabajado exitosamente en el exterior, con logros bien ganados, más precisamente en España, sin embargo a pesar de tantos lauros, su público y escenario elegido seguirá siendo por siempre el de su Argentina natal, “no podría quedarme a trabajar en España, tengo muy buenos amigos, me tratan maravillosamente nunca me sentí extranjero, pero yo creo que mi lugar es este y tengo un compromiso con mi país”.
Fiel a su tierra, Alcón apuesta al cariño local, con una público que desde la crítica lo acompañó siempre, “si no me ha dado más es porque no tenía, durante mucho tiempo he podido hacer buenas obras porque la gente iba a verlas y me han ayudado a crecer, entonces porque en uno en muchos momentos no este bien, quiere decir que deba irme, no quiero decir que aquellos que lo hagan no amen a su país, pero para mi esta bueno devolver el gesto a quien me ha dado la mano”.
Alfredo Alcón se siente útil, más allá del papel que le toque desempeñar, y la vitalidad de su trabajo lo llena de energía que se expande en su entorno.
Inventar la alegría
Aunque suene extraño escucharlo, nuestro entrevistado, expresa claramente su escepticismo a la felicidad, pero sin dar lugar a conjeturas instantáneamente remarca que sí cree en la alegría, “si uno fuera feliz todo el tiempo sería un inconciente, viviendo en el mundo en el que vivimos. Ser feliz no creo que sea sano, creo que a pesar de eso, uno inventa la alegría”, y recurriendo a aquello que parece haber sido creado para su evocación, ilustra su contenido, con un argumento a su medida, “ eso lo contaba en el mito de Sísifo, a quien los dioses lo habían mandado subir una piedra pesadísima a lo alto de una montaña, y cuando él llegaba a poner la piedra en la cúspide de la montaña la piedra se caía, y él tenía que volver a agarrarla y volver a subirla, así por toda la eternidad, ese era su castigo. Entonces Sísifo pensó ‘¿como puedo hacer para jorobar a los dioses para ganar yo a pesar de esto que tengo que hacer?’, y Sísifo inventó la alegría, y aún sabiendo que la piedra se va a caer dijo ‘yo lo voy a hacer con alegría’, y es lo que hacemos nosotros, inventamos alegría”, relata con voz iluminada.
Es la alegría la que muchas veces saca adelante los momentos más tormentosos, aquellos que merecen ser guardados en una caja con cuatro llaves, y que sólo salen a la luz para servir de experiencias que atravesaron de alguna manera la vida.
El dolor de la muerte de su padre, fue para Alfredo un dolor muy grande en su niñez, pero el amor de sus abuelos y de su madre, colmó de alegría otros tantos momentos de su infancia, momentos donde gana el asombro la curiosidad y el deslumbramiento que, según el actor, es el hecho de estar vivo con sus cosas dolorosas y con sus alegrías, a veces con razón y a veces sin razón.
Actuar es una fiesta
Hoy Alfredo cuenta con una historia cruzada por logros y metas que esperan seguir cumpliéndose. Muerte de una Viajante es la obra que lo hace subir a escena y que lo vio brillar recientemente en nuestra ciudad, “Esa es un gran obra que el público se apasiona por ver, que se dale de la butaca viéndolo se nota un puente casi palpable entre la obra el público, es un orgullo porque es un público muy receptivo. Es una fiesta actuar en Rosario”.
Alfredo Alcón es un personaje que supera esta realidad, es muy difícil caracterizarlo con un determinado calificativo y para definirlo las palabras parecen no ser suficientes. Es por ello que a la hora de intentar hacerlo quien mejor que él para encontrar aquellas que se adecuen a su persona, “definir a alguien es como poner a las mariposas disecadas y colocarle el nombre debajo, un ser humano es líquido por lo tanto es indefinible salvo hasta el momento en que se muere. Estoy siendo, no puedo definirme porque definirme sería limitarme, aunque estoy vivo es mi definición”.
*Entrevista realizada para la Revista ADN.
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